martes, 23 de octubre de 2007

CAPÍTULO 7

Aparcado en las inmediaciones de la avenida marítima, un jeep descapotable de color rojo rompía la monotonía del paisaje. En su interior, una joven de veintitantos años esperaba a alguien, adoptando esa forma de esperar de quien no está seguro de por dónde aparecerá la persona que espera. En la parte de atrás del jeep, una extraña caja metálica llena de cables y circuitos permanecía cubierta por una manta sucia.
Un hombre surgió de la orilla marina, con las ropas mojadas adheridas al cuerpo y una tabla de metal brillante entre las manos.
La joven conductora puso el vehículo en marcha y se acercó a la zona en la que había aparecido el portador de la tabla, iluminándolo con los faros.

- ¿No había ninguno más llamativo? - preguntó Roc Stormer con ironía.
- Sólo tenían este modelo en la tienda - bromeó Kristina Klotsny -. ¿Cómo la has conseguido? - preguntó, con una sonrisa de emoción, al ver la Rosetta 2 en las manos de Stormer.
- Tengo mis contactos - bromeó él -. ¿Y el informático?
Kristina agachó la frente con pesar. Roc no necesitó palabras para adivinar lo que había ocurrido.
Decidió cambiar de tema para disipar la tristeza, pero no era muy bueno buscando conversaciones alternativas, y lo único que se le ocurrió decir fue:
- ¿Tenemos el transmisor?
- Tenemos el transmisor - le respondió Kristina.
- Pues en marcha.

El motor del coche se despertó con un rugido. Surcaron la avenida exprimiendo los últimos números del velocímetro del jeep. Tenían una ciudad que atravesar, y tal vez no demasiado tiempo para hacerlo.
Un húmedo Roc Stormer contemplaba la tabla Rosetta 2, encontrando en ella algo tremendamente familiar que no conseguía explicar. Los baches del camino hacían temblar peligrosamente la mercancía de la parte de atrás. Y fueron los baches el único contratiempo hasta que llegaron a la altura del Teatro Octopus. ¡El edificio estaba ardiendo! Las llamas se asomaban por las ventanas como lenguas de fuego en bocas cuadradas, y dos platillos volantes lanzaban sus rayos contra él (eso era algo que no sucedía todos los sábados).
Posiblemente los tripulantes de los platillos tenían una especie de sexto sentido, y ello les hizo adivinar que la conductora del jeep rojo tenía algo que ver con aquel teatro... o tal vez fue el llamativo color rojo de la carrocería... De una forma o de otra, los dos platillos dejaron en paz al teatro y comenzaron a perseguir al coche, con la intención de convertirlo en un charco de lacre.
- ¡Acelera!
- ¡Voy a tope! - respondió Kristina, mientras daba volantazos para esquivar los peligrosos rayos de los platillos.
- Dobla en esa esquina - sugirió Stormer.
Kristina tomó la curva con brusquedad. Los neumáticos mordieron el asfalto, y los platillos pasaron de largo.
Sin embargo sólo tardaron unos segundos en darse cuenta de su error. Kristina Klotsny estaba a punto de felicitarse a sí misma cuando vio aparecer en su retrovisor a las dos naves, otra vez.
Stormer reparó en el fusil ametrallador de Kristina.
- ¿Te queda munición? - le preguntó.
- Una poca.
- ¡Cuidado!
Uno de los platillos había vuelto a lanzar un rayo. La letal descarga cayó muy cerca de ellos, haciendo volar un quiosco por los aires.
Roc Stormer apuntaba hacia atrás con la ametralladora, esperando a que los platillos se pusiesen a tiro.
- Son más rápidos que nosotros. - señaló Kristina -. No tardarán en alcanzarnos. Necesitamos un atajo.
- Entonces... gira en la próxima a la izquierda.
- ¿Qué atajo hay a la izquierda? - quiso saber Kristina.
- El zoo...

Justo en ese momento, la esquina recién doblada los llevó hasta la puerta de entrada del zoológico.
El jeep atravesó las puertas y penetró en el lugar. Los platillos todavía seguían a sus espaldas.
El zoo estaba totalmente destruido. Los barrotes de las jaulas estaban rotos, los árboles ardían... y la inmensa mayoría de los animales corrían sueltos.
Otro rayo salió disparado de una de las naves espaciales. Kristina reaccionó justo a tiempo, y el rayo hizo estallar una jaula vacía. Roc Stormer disparó unas cuantas ráfagas hacia el platillo, pero las balas rebotaron sin hacerle daño.
No les quedaba más remedio que seguir huyendo por los senderos del zoo. A un lado y a otro, toda clase de animales sueltos corrían en la misma dirección: Ciervos, pavos reales, buitres, antílopes... Todos proferían chillidos aterrorizados, y de vez en cuando los rayos del platillo alcanzaban a alguno y lo convertían en carbón.

- ¡Cuidado!

La advertencia de Roc llegó bastante tarde, pero los reflejos de Kristina estuvieron a la altura: el coche frenó haciendo un trompo, y sólo a duras penas consiguió no tragarse de lleno la jaula que se había interpuesto en su trayectoria.
- Uffffffffffffff - dijo Kristina.
- Aaaaarrrrrrrggggggg!!! - le respondió el tigre de Bengala que echaba la siesta junto a la jaula.
La señorita Klotsny leyó en los ojos del felino que lo mejor era volver a pisar el acelerador. Las ruedas del jeep chirriaron sin moverse del sitio. El tigre lanzó un zarpazo a la conductora... El coche salió disparado hacia delante, llevándose como recuerdo la marca de las zarpas del tigre sobre la carrocería roja y brillante.

- ¿Dónde se han metido los platillos? - se preguntó Roc Stormer.
- ¡¡¡Aaaaaaaaaahhhhhhh!!!
Los platillos, como recién invocados por las palabras de Roc, acababan de efectuar su aparición delante de ellos.
Kristina giró bruscamente a su derecha, esquivando por los pelos un tremendo rayo. Luego tuvo que girar hacia la izquierda con igual violencia para no tragarse los enormes despojos de un rinoceronte muerto. Los amortiguadores del coche se estremecieron, como si el coche hubiese pillado un bache. Se escuchó un desagradable crujido de huesos rotos.
- ¡Joder! - gritó Stormer -. Acabas de atropellar a un pingüino...
La señorita Klotsny no pudo evitar imaginarse al pobre pingüinito huyendo con sus aletas torpes extendidas hacia los lados, y el neumático del coche pasándole por encima. Desvió los ojos hacia el retrovisor y vio en el suelo una cosa blanca y negra, manchada de rojo.
También vio en el retrovisor cómo una pareja de ninjas salía de una de las naves por una compuerta... y cómo los ninjas se lanzaban hacia el coche.
- ¡Detrás de ti! - avisó a Stormer la señorita Klotsny.
Roc desintegró a balazos a uno de los ninjas en el aire. El otro consiguió aterrizar en la parte trasera del coche. Stormer volvió a disparar. El ninja esquivó los disparos y, desenvainando la katana, amputó el cañón de la ametralladora de Stormer. Nuestro amigo reaccionó propinándole al uranita una patada en el estómago. También esquivo el ninja este segundo ataque, e hizo perder el equilibrio a Roc con un potente barrido.
¡¡Plafff!! La espalda de Roc Stormer chocó estrepitosamente contra el suelo del jeep. El alienígena levantó la katana para asestar el golpe de gracia, los platillos ganaban terreno minuto a minuto... La situación era desesperada, y Kristina Klotsny supo que tenía que hacer algo igual de desesperado para salvar la vida de su compañero. El Destino le proporcionó la solución a su problema en forma de manada de pingüinos. Kristina los vio correr torpemente delante del coche y dio un volantazo para atropellarlos a todos. ¡¡Crrrackkkkk!!, sonaron los huesos de los pingüinos, y el bache hizo perder al ninja su equilibrio. Stormer aprovechó la situación para lanzarse sobre el ninja y reducirlo a cabezazos.
Mientras lo hacía, otro rayo pasó cerca de ellos, convirtiendo un árbol en afiladas astillas que les alcanzaron a modo de metralla.
Roc Stormer no prestaba atención a las astillas que se clavaron en su espalda. Seguía asestando cabezazos al uranita, cuya cabeza se había convertido ya en una masa deforme y pegajosa.
- ¡No resistiremos mucho más! - profetizó la señorita Klotsny.
Roc inspeccionó los alrededores. A la derecha del sendero que recorrían, estaba el edificio del reptilario. A Roc Stormer se le ocurrió otra idea descabellada.
- Métete en el reptilario.
Ella obedeció sin rechistar, aunque no sabía bien de qué manera les iba a ayudar aquello.
El jeep subió las escaleras que llevaban a la puerta del reptilario. Era una puerta de cristal, y cedió ante el primer golpe del parachoques. El interior del edificio podía describirse como un largo pasillo lleno de vitrinas de cristal. Las vitrinas albergaban en su interior lagartos, serpientes, cocodrilos...
Inesperadamente, la señorita Klotsny frenó en seco.
Cruzando lentamente de un lado a otro del pasillo, a dos metros escasos del coche, caminaba una tortuga que había escapado de su terrario.
- He tenido bastante con los pingüinos - se justificó la señorita Klotsny.
- No arranques todavía - le dijo Roc Stormer.
Ella obedeció, observando realmente intrigada cómo Roc cortaba con su machete la cabeza del cadáver del ninja, que ahora parecía un pegajoso higo gigante.
Los platillos volantes se asomarían de un momento a otro por la puerta del reptilario.
Stormer extrajo una de sus granadas del cinturón. Aún estaba húmeda a causa de la inmersión.
- Espero que todavía funcione - dijo, y le quitó la anilla. Luego introdujo la granada en el interior de la pegajosa cabeza del ninja.
El platillo ya se asomaba por la puerta, dispuesto a disparar sobre el coche.
Roc Stormer arrojó la cabeza del ninja contra el platillo. La cabeza, con la granada en el interior, se quedó pegada en la carrocería de la nave.
Esperaron, pero nada sucedía. El cañón del platillo volante empezó a moverse en dirección al jeep.
- ¡No ha funcionado! ¡Acelera! - ordenó Roc Stormer.
La señorita Klotsny pisó a fondo el acelerador. Las ruedas derrapaban en el suelo, pero no hacían avanzar al vehículo. El cañón de la nave espacial ya los tenía a tiro.

¡¡Buuuummmm!!

La granada hizo estallar el platillo volante en mil pedazos. El jeep se puso al fin en marcha.
La onda expansiva de la explosión rompió los cristales de las vitrinas e hizo volar a los reptiles por los aires.
Cuando el coche salió por la otra puerta del reptilario, estaba lleno de lagartos y serpientes venenosas. Hay dos clases de serpientes venenosas: Las que se cruzan en el camino de la bota de Roc Stormer y las que no se cruzan en el camino de la bota de Roc Stormer.
El segundo platillo volante, que había intuído que también había una clasificación similar para naves espaciales, se batió en retirada.
Treinta minutos más tarde el rojo jeep frenó por última vez delante de la fachada del Centro de Investigaciones Espaciales.
La fachada del edificio ya no estaba tan blanca como antes. Mostraba los devastadores síntomas de un ataque uranita.

- ¡Por Dios! - gritó Kristina -. Que estén bien allí dentro...

Entre los dos sacaron del jeep la tabla y el transmisor-Alfa. El segundo motivo de preocupación llegó cuando llamaron por el interfono. Nadie contestaba.
Stormer abrió la puerta de una patada y accedieron al interior.
Había marcas de sangre por las paredes de los pasillos. Las fuentes de agua estaban tiradas en el suelo...
Llegaron a la puerta del laboratorio. Llamaron. Nadie contestaba. Otra patada de Roc Stormer, y la puerta cedió.
Los nervios de Kristina Klotsny también cedieron. Estaban todos muertos. El doctor Niccolas Zann, los cinco japoneses, el alemán Heissenhöffer, el anciano Fletcher, el conserje Smith... Todos sometidos a las torturas más atroces... todos mutilados de las maneras más horribles...
En el mapa estelar de la pared los uranitas habían arrancado el lugar correspondiente a la Tierra y habían escrito con sangre una serie de figuras geométricas.

- Qué han hecho, Dios mío. Qué han hecho... - las lágrimas volvían a visitar las mejillas de Kristina Klotsny. - Ya no tenemos esperanza...
- Nunca la hemos tenido - contestó Stormer.
- Todos los hombres capaces de traducir Rosetta 2 están muertos en esta habitación - se lamentó Kristina.
Entonces a Roc Stormer se le encendió algo en la cabeza. Lo malo es que no sabía qué coño era lo que se le había encendido. Miró las figuras geométricas pintadas en el mapa estelar. Había algo familiar en su disposición. Arrebató la Rosetta 2 de las manos de Kristina y la examinó detenidamente. Un brillo de sorpresa apareció en sus ojos. No se podía creer lo que veía.
- ¡Es japonés!
- ¿Qué?
- Una especie de japonés arcaico - explicó Roc. - No se diferencia demasiado de lo que aprendí en el campo de concentración. Cada figura geométrica representa un ideograma. Es condenadamente primitivo...
- ¿Eres capaz de traducirlo? - preguntó Kristina Klotsny emocionada.
- Creo que sí...

Roc Stormer empezó a mirar de forma alternativa la tabla y las figuras del mapa. Finalmente, su cara adoptó una expresión de rabia... de esa cólera de quien se siente ofendido...

- Sí... soy capaz de traducirlo.
- ¡Magnífico! ¡Enviémosles un mensaje!- Sí...voy a enviarles un mensaje - respondió Roc, haciendo crujir sus nudillos y acercándose al extraño teclado del transmisor-Alfa.

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